Concebir la existencia como un acto de memoria; experimentar la identidad como un perpetuo desprendimiento de pieles, fachadas y disfraces. La piel que habito es prestada. Las pieles que me habitan, antes de mí ya fueron usadas. Nada me pertenece y los ropajes que nos visten son provisionales, aunque esa pe-lí-cu-la que me muestra a los demás haga creer que sólo puedo ser eso que se ve y no, una desparpajada otredad en movimiento. A partir de ese despojo, de esas vestiduras que han dejado de exhibirnos (pero no de habitarnos), la imaginación creativa de Alfredo Romero se desdobla. Lo que ves no es todo lo que existe -parece guiñarnos al oído.

Una ficción inherente a cierto principio de realidad hace (a)parecer la vida como algo lineal, en un solo plano. Su supuesta “natural esencia” depende, sin embargo, de su falta de movimiento y perspectiva. Cuando la vida empieza a girar, cuando se le observa desde distintos puntos, surge la convicción que también puede ser de otro modo, que de hecho así ha sido. Se desvanece entonces aquella percepción inicialmente plana y lineal y se revela una sensualidad de maquillajes y vestiduras que, superpuestos y combinados, nos inventan ante el mundo. Nuestra mirada es también la superposición de esas pieles que nos habitan.

Romero Campos toma distancia de la noción habitual del arte como magia para presentarnos esta nueva serie como resultado de un ejercicio alterno, el de observador del tiempo. Su intervención sobre muros y pintas de la calle ahora puestas en acción, plantea una audaz alegoría sobre nuestras propias vidas en tiempos de encierro y pandemia.

DESPIEL constituye una honesta provocación a deshabitar la vida, hurgar en sus capas, densidades, texturas. De pasarle revista a la piel que nos hemos dado, que nos han dado; de inventarse nuevas vestiduras – me parece que escucho decir a mi amigo el artista.

¿Qué quedará de nosotros después de eso? ¿Con qué versión de nosotros mismos y de la vida nos quedaremos? Habrá que dejarse la piel para poder averiguarlo.